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Historias de Basalto

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Al crecer en un entorno volcánico, nos puede parecer normal lo anormal, y es que, no todo el mundo convive con volcanes aquí y allá. Configurando una provincia volcánica bastante extensa. Las Islas Canarias han sido formadas debido a la acción constructiva de la actividad de nuestros volcanes. Magma y lava emergen desde la corteza y, al enfriarse, dan vida a nuestro entorno.

 

Los materiales expulsados por medio de grandes bocas ejemplifican espectaculares escenas en las que el infierno cobra vida en la tierra. Resultado de esta acción, una amalgama de colores refulgentes que luego se petrificarán en un eterno gris. Se trata pues de una poesía sin letra que solo unos pocos han podido ver con sus ojos. Poesía que silva a través del tiempo y que aún podemos apreciar en la belleza de nuestro paisaje, un sinfín de maravillas que ilumina la inmensidad de nuestras pequeñas islas.

 

No son pocas las veces que yendo por determinados que sitios pareciese que estuviéramos en otro mundo o que lo que nos rodea no es real. Si bien es cierto, que por mucho que nos lo digan, no somos conscientes de la singularidad de nuestro panorama. Efectivamente, somos afortunados de vivir esta nuestra tierra que otros denominaron Las Islas de los Bienaventurados, El Jardín de las Hespérides o La Atlántida.

 

Las rocas volcánicas son interesantes, no solo por su color o textura, sino también por su gran variedad. Pudiendo encontrar desde un reluciente  cristal de obsidiana hasta una áspera esponja de piedra pómez. 

 

Nuestras rocas volcánicas adoptan diferentes formas y colores, de manera que se crean vistosos paisajes con fondos rojizos, verdosos, amarillentos u oscuros entre un sinfín de tonalidades.

 

Esos lugares construidos a base de estos materiales, que nos sostienen en pie, y que han sido testigo de nuestras risas y nuestros llantos, han vivido mil historias y vivirán muchas más. Nos desenvolvemos unos tras otros en esta máquina perfecta que denominamos hogar. Máquina que, a día de hoy, sigue cambiando y que no distingue entre los seres que conviven en ella. En un proceso natural e incontrolable del que solo podemos ser meros espectadores. 

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